Me tomé en serio la semana pasada lo de que Australia era una de cal y una de arena, y esta semana no he parado. Ha llegado la estabilidad, el buen horario y la buena vida, no nos vamos a engañar. Esta semana se ha basado en pasarme de horas legales trabajadas y celebrarlo con una escapadita a Byron Bay, el pueblo donde viven Thor y la Pataky.

Trabajar de lunes a viernes es un lujo

Me lo he montado bien, las cosas como son. Esta semana tenía programadas nada más y nada menos que 43 horas de trabajo, cuando legalmente solo puedo hacer 24. No me esperaba que me fuesen a dar todas las horas prácticamente en los dos trabajos.

¿Pero has visto qué albóndigas más bien hechas?

Ha sido una semana de testeo, de ver en cuál estaba mejor aunque ya lo sabía, mas que nada por horarios. Así que cuando llegó el viernes y ya había hecho mis 30 horitas dije…¿sabes qué? que ya está bien. Quiero el finde para mí. Y le di mis turnos del fin de semana a una amiga. Además, parece que no, pero estar toda la semana de aquí para allá cansa y mucho. Que no se nos olvide que hago 24 horas semanales de inglés y no puedo faltar porque mi visado depende de mi asistencia.

El caso es que la jefa de la cocina me dijo que me iban a dar todas las semanas todas las horas y que si alguna nos pasábamos que lo arreglaríamos (ya me entiendes). ¿Y qué he hecho yo ante un trabajo seguro de lunes a viernes por las mañanas, con sueldo semanal y festivos libres? Pues mandar a paseo el hotel.

Así que ahora entre semana no paro, pero llega el viernes a mediodía y tengo todo el finde para vivir eso del sueño australiano.

Escapada a Byron Bay

Y me lo he tomado en serio. El domingo nos fuimos mi «sí a todo» y yo en un autobús que parecía del imserso a Byron Bay sin ninguna expectativa. Bueno, buscar a Thor, pero no se dejó ver.

Es la cuna del surf aquí en Australia y la gente es rubísima, guapísima, hippie y bohemia. Pero no deja de ser un pueblo también te digo, llega a estar en España y tendría mote hasta el alcalde.

Me ha gustado mucho, calor suficiente para tomar el sol pero no como para bañarse (algo positivo teniendo en cuenta que aquí cualquier cosa te mata y a mí me da miedito el mar). Hemos desayunado en cafeterías bonitas con vistas al mar, hemos subido un monte hasta un faro para ver atardecer y nos hemos levantado a las 4:45 para ver un amanecer inexistente porque estaba nublado.

Bueno, y he ido a una de las fiestas más divertidas en las que he estado: un piano bar. Tú imagínate un montón de gente alrededor de dos pianos, metiendo en un bol peticiones de canciones y dos señores súper peculiares cantando temazos. Ya te dejaré algún video en Instagram. No daba yo un duro por esa fiesta (aunque fuimos porque la había visto yo en tiktok), porque pensaba que no me iba a saber ninguna. Pero qué va, dancing queen.

Y me he sentido muy viva mientras berreaba canciones en inglés en un pueblo surfero australiano y bebía cerveza con mi amiga a la que conozco desde hace dos meses pero que ya es mi familia.

En fin, siento que hasta ahora todo ha sido escalar, y escalar, y escalar. Y todo cuesta arriba mientras encontraba un trabajo que me permitiese vivir, pero que me diese tiempo. Mientras aprendía a moverme fuera de mi zona de confort, me adaptaba a un idioma que no es el mío y a tanto cambio. Y se me estaba haciendo eterno. Hasta ahora, que ya estoy creando una nueva zona de confort, veo que todo va cuesta abajo y sin frenos y de que me quiera dar cuenta, estoy haciendo la maleta de vuelta.

Pienso exprimir cada día que me queda. Empezamos el mes 3.

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